2009/08/25



parte 1

Hubo veces, como el otro día, en que Isabel me sentía. Es decir, que yo sabía que, de alguna forma, había logrado entrarme en ella. Era un proceso más que físico: era racional. Aunque éso no era fácil por sus pasiones.
Isabel sabía tratar a los hombres como nadie. Era la prostituta más anónima que nadie conoce.
Salvo yo.
Es amor o locura. Eso varía según mi necesidad de verla. Porque hay días en que acepta mis invitaciones, pero después está él. Él, que también la engaña, como lo hacen todos.
Salvo yo.
Los hombres de la vida de Isabel eran como un signo de interrogación, y eran la causa de muchas de nuestras peleas cuando la veía en sus tiempos libres de trabajo. Sabía que cuestionarla por las cosas que hacía no era el modo, por eso su libertad. Y por eso mi condena.