La forma en que preferimos mirarnos no fue siempre la más adecuada. Hay silencios aplazables no fungibles que nos separan un poco. Te miro en la oscuridad que te destiñe. No me acuerdo si me hablaste en el momento en que resvalábamos juntos, porque acá nada tiene más importancia que tu nombre y este verte seguido por simples ganas. En verdad todo sigue en su lugar, vos estás donde debías estar y yo te sigo de cerca, con mi gesto de humillación tan conocido y la cabeza en tu hombro, como lo planeaste desde un principio. Hoy te encuentro diferente, pero estoy tan habituada a tu nombre que todo es igual. No hay curva mejor que la tuya, no hay límite mejor marcado que el de tu boca. Por eso, porque reconozco cada gesto y palabra, cada instante y pensamiento; porque nos tenemos donde siempre, y porque no pertenezco a nadie más que a vos, por eso te busco en esta oscuridad. Aquí ya nada tiene sentido, pero te busco una vez más, como consuelo gratis para mi tristeza que previene el futuro. No te vayas y dejame escucharte nombrarme, al menos de esa forma no estamos tan lejos.
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