No sé si soy el otro que me mira desde aquel lado, o si soy yo y él al mismo tiempo.
La guerra se desata adentro. Me recorre lento, como intentando ganarse espacio. Se trata de sobrevivir a la presencia del otro, de decidir si seguir o terminar con el binomio. Es la duplicidad lo que nos demora, lo que nos distancia y acerca.
Me decepciona no saber bien hasta qué punto es él, y hasta qué límite soy yo. Me aterra imaginar que no tengo identidad propia, que mi cuerpo es de él o que sus manos son las mías.
Sin embargo no me lamento tanto de esta dualidad, porque no puedo pensarme sin él. Y ese es mi miedo, mi mayor miedo.
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