2008/03/30

Presencia


Vos no estabas todavía cuando pasó esto. Casi ni yo existía, pibe de veinte años. Vos sabés, la Juventud Literaria y todo el tema. La vieja con una sonrisa de oreja a oreja porque su hijo, ¡claro! Ahora, imaginate su madre y su hermana. Ofelia, yo conocí a Ofelia cuando entré en esa casa. La verdad que nada me impresionó más que la biblioteca de Julito. Pero, increíblemente, en esa familia se notaba una tristeza. Y que podía saber yo. Corría el año 1970, mirá vos hace cuánto ya. Él en Francia, París para ser precisos. Conoció a una tal Carol, linda la piba, parecida a él en los gustos, muy culta. Verás la intensidad del cariño, juntos lucharon a favor de tantas guerras hasta que la pobre se enfermó de algo grave. Pero ni hablar del ánimo de Julio. Después de hablar con Ofelia aquella tarde entendí todo, yo pensé que Julito se nos iba de angustia. Y claro, pensá un poco. Te cuento que este escritor no tuvo hijos, escribía tanto y tan bien, tendrías que ver. Pero qué vas a ver si esta sociedad, si él la viese. Julito amaba las plazas, ¿sabías? Si, ya sé, vos también, pero vos sos tan chico y no entendés algunas cosas. Y así terminó y se fue su Osita al cielo. Julio solo en París y tanta lucha y esfuerzo que hacían juntos. Porque esos eran los años de los exiliados argentinos. Y él mismo, pobre, tan diplomático. Con la Juventud Literaria hablábamos en un café de la calle Maipú. También tu escuela, ya sé, pero te hablo del café ahora, no está más, ¿sabías? Pero paso por ahí y me acuerdo de la vez que fue Julio a visitarnos, vos no sabés la alegría. El Pocho se emocionó tanto cuando lo vio que se me tiró en los brazos casi desmayado. ¿A mi qué me pasó? Yo me quedé mudo cuando lo vi. Tendrías que fijarte, todos decían: “Cortázar tan alto, manos tan grandes, tan joven”. Como para aumentar ese mito que siempre lo rodeó, viste vos. Pero verlo sentado al lado, y ni te cuento cuando me pidió el pucho. Ahora fumo y me acuerdo de él cada vez que saco la mano del bolsillo de la campera verde a cuadros que llevaba puesta ese día. Nos habló tanto, porque para ese entonces había surgido en todo el continente un movimiento literario mucho más grande que el de nuestra humilde Juventud. Mirá vos la intensidad que hizo que Latinoamérica mirara más hacia adentro. Boom Latinoamericano, inevitable decirlo y que no me acuerde de su voz tan gruesa y de la ‘r’ afrancesada, fijate un poco. Pero ya vas a crecer y cuando seas grande vas a ver, el mundo de afuera se reduce a antologías mal armadas y nuestro Julito estaba tan mal visto en la Argentina de ese tiempo. Así que se volvió nomás, imaginate la tristeza que me da cuando veo esa foto en la terraza del café, la última sacada en la Argentina. Se volvió, al final. Me da miedo usar así esa palabra, pero fue de esa forma. Final, nunca más vino porque allá en París le atacó una enfermedad extraña. Además, sí, ese problema en la Tiroides pero ésta ni te cuento. Y yo me quedé en blanco cuando me lo contó y quizá haya sido un poco egoísta pero lo primero que pensé fue que le había prometido una caja de los puchos argentinos que fumamos para la próxima vez que nos encontrásemos, porque él había traído unos de allá; pero verás Europa, ya verás. Y ahora resulta que se nos iba él también. Vas a decir que los años, tanto cargo político, esa vida tan agitada pero, ¿qué podés saber vos si no lo conociste, si no escuchaste ni leíste sus cuentos, si no sabés el amor y las ganas con las que él esperaba que Argentina cambie? Y apuesto que nadie lo sintió hablar como esa vez en el café que me confesó el miedo al paso del tiempo. Y yo era tan chico, ya vas a entender cuando tengas veinte lo pibe que uno es todavía, me pregunto por qué me lo contó a mi. Nadie entiende lo que nosotros sentimos porque no hubo diario en el país que hablase de su muerte. Pero acá lloramos igual, ¿sabés? Todos juntos lloramos. Tanto que habló él de la segunda vida, del Paraíso, del mandala. Supongo que buscó demasiadas cosas en su vida y espero que haya encontrado las respuestas que esperaba. Yo, por lo pronto te digo, en Argentina todavía no hubo persona como Cortázar. Y todos los doce de febrero nos juntamos los que en ese entonces formábamos la Juventud Literaria y tomamos el café con las mismas dos cucharadas de azúcar pero ya no en la calle Maipú. Y en cada aniversario de su muerte nos convencemos, cada vez más, que aunque pase el tiempo, Julito viene a sentarse al lado nuestro en la silla que dejamos vacía en honor a él y que, afortunadamente, está junto a la mía.

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