Él estaba, podía estar, debía estar en ese lugar; demostrarles a todos que el espejo era transparente, que la sombra no lo delató esa vez. Buscó modos y maneras y jamás se sintió tan ubicado en su tiempo y forma. Se dedicó un poco a su imagen y salió sin dudar al mundo que lo esperaba.
Pero entonces ya no habría explicaciones, las ideas serían turbias. Encontraría la irracionalidad, seguramente. No temería la libertad pura, se demostraría fuertemente débil y caería una vez más, sin notarlo. Y así por siempre, hasta nunca el virtuosismo desapegado que lo alertaría sin razón y sin causa a eso que la gente esperaba de él. Al mundo exterior, al de siempre, al que ya se acostumbró mucho tiempo antes. Allí donde todo había acaecido, hasta él mismo.
Pero entonces ya no habría explicaciones, las ideas serían turbias. Encontraría la irracionalidad, seguramente. No temería la libertad pura, se demostraría fuertemente débil y caería una vez más, sin notarlo. Y así por siempre, hasta nunca el virtuosismo desapegado que lo alertaría sin razón y sin causa a eso que la gente esperaba de él. Al mundo exterior, al de siempre, al que ya se acostumbró mucho tiempo antes. Allí donde todo había acaecido, hasta él mismo.