Las paredes me dibujaban y a vos te llamaban por tu nombre. Nos perdíamos con la luz apagada y lo despertaban inquieto, el espejo te reflejaba. No había más que ustedes ahí, más que vos y yo. Lamentabas un encuentro tan tardío, tan a esa hora en que ya nada era posible. Por eso, inquieto, me destruí con mirarme en el reflejo. Ya no había más que vidrios rotos, ciertas direcciones erradas y calles sin nombres. Se bifurcó la realidad cuando pronuncié tu nombre y todo dejó de existir a partir de entonces.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario